Leguizamón: Homenaje I

Por Santiago Giordano | 27 de septiembre de 2017 |

El homenaje es una de las categorías más viscosas de nuestra conciencia en relación a esa forma de patrimonio que llamamos pasado. Negarlo sería rendir homenaje a la impostura.

No es raro que la distinción hacia un espíritu superior o hacia una figura querida se convierta, aun ungida por las mejores intenciones, en una práctica más o menos lúcida de canibalismo. Y es que el homenaje, inevitablemente, devora al homenajeado. Es un recorte que se realiza para adaptar la dimensión del homenajeado a la medida de las ansias del homenajeador. Será por eso que los homenajes terminan siendo parciales, casi siempre incompletos. Y si enfatizan lo que exponen, no dejan de expresar lo que ignoran. En definitiva, los homenajes terminan diciendo más sobre el homenajeador que sobre homenajeado. Es irremediable.

 

De estar estando – Facundo Guevara-Hernán Ríos

 

Pero hay gente por cuya memoria vale la pena correr el riego de los homenajes. Leguizamón, por ejemplo. Este año se cumple el siglo del nacimiento de Gustavo Leguizamón, el “Cuchi”. Músico, abogado, poeta. Por obra y figura, hombre digno de los más variados homenajes.

Muchas cosas se escribieron acerca del Cuchi y probablemente muchas más se escribirán a lo largo de este año de centenario. Y acaso se seguirá escribiendo por las décadas de las décadas, para que en algún punto del infinito retumbe la risotada irredenta ante tanta etiqueta y solemnidad homenajeadora. Leguizamón es un clásico y desde esa altura su música sobre lleva la conservación y goza de la proyección, además de soportar cualquier comentario, oral o escrito.

En este interesado y parcial homenaje, elegimos detenernos en un detalle de su música: en su buena disposición, en lo que de otra manera podría llamarse apertura, o más sentidamente generosidad.

Es lindo pensar que en la música de Leguizamón retumba la conciencia de un ensayo en movimiento, entre alquimias de autodidacta, cultura de curioso impenitente e implacable sentido de pertenencia. Un ensayo en busca de un interlocutor que sobre esa música cumpla a su vez su propio ensayo para llegar hasta otro que haga lo mismo pero de otra forma… y así sucesivamente. Tal vez por eso se hace difícil pensar en “versiones definitivas” de la música del Cuchi. Ni siquiera las suyas, en su cándida sensualidad, lo son.

 

Zamba del carnaval – El Terceto

 

La música de Leguizamón está siempre a la búsqueda de un intérprete, siempre esperando al otro. No para que la celebre, porque de eso ya se ocupó el Pueblo, como quedó demostrado en el último Festival de Cosquín, cuando la plaza terminó cantando Balderrama porque de repente descubrió que estaba en su memoria. Sino para que en su proyección le conserve el impulso vital que Leguizamón le imprimió, la médula atávica de la baguala transportada por el gesto disacrante y bello del riesgo y la exploración.

Imitarla sería condenarla a la inmovilidad. Para que viva hay que recrearla, tensarla, desgajarla y volverla a armar.

En este sentido, resulta interesante la visión de Hernán Ríos en torno a la música de Leguizamón. Es la postura de un pianista, un músico que viene del jazz, claro. Pero también la de un compositor que escucha en el sentido más clásico de término. En ese cruce recibe a la música de Leguizamón y desde ese lugar reflexiona sobre ella.

 

Si llega a ser tucumana – Hernán Ríos

 

Aquí están tres versiones de Ríos en un amplio arco de tiempo y con distintos proyectos: Si llega a ser tucumana, piano solo, del disco Volviendo desde Mí (2000); Zamba del Carnaval, del disco Piedra y camino, con Norberto Minichillo (2003); y De solo estar, con Facundo Guevara, del disco Pregunta y pregunta (2014).

Un homenaje. Levemente menos caníbal. Pero homenaje al fin.

Hernán Ríos nació en Buenos Aires en 1967. Pianista e improvisador, docente, compositor y productor, comenzó a estudiar música clásica a los 7 años. Más tarde descubrió el universo de la improvisación y el jazz, que enseguida orientó hacia la música popular argentina y latinoamericana. Entre 1985 y 1992 fundó y consolidó distintos proyectos musicales. En 1993 creó El Terceto, grupo que abrió una nueva manera de abordar la música argentina combinando la libertad y los conceptos del jazz con las raíces sudamericanas. Tocó y grabó con importantes músicos como Sonny Fortune, Rashied Ali, Norberto Minichillo, Leo Maslíah, Ramón Lopez, André Jaume, Rémi Charmasson, Omar Tamez, Facundo Guevara, Guillermo Vadalá, Lilián Saba, Raúl Carnota, Rubén “Mono” Izarrualde, “Pepi” Taveira, Luis Agudo, entre otros. En 2007 formó un dúo con el percusionista Facundo Guevara, que perdura hasta hoy. En 2014 publicó "Más acá de la improvisación", libro en el que expone su original modo de práctica de la improvisación desde una perspectiva argentina y latinoamericana. Es titular de la cátedra “Técnicas de improvisación”, de la carrera de Profesorado de Instrumento en el Conservatorio Provincial Julián Aguirre de Buenos Aires. También es profesor titular de “Técnicas de improvisación I” de la Licenciatura en Música Popular de la Facultad de Artes y Ciencias Musicales de la Pontificia Universidad Católica Argentina. En su discografía se destacan, con El Terceto: "Tierra improvisada" (1997), "Menos es más" (1999) y "Tocatangó" (2000); con Facundo Guevara: "Camino I" (2008), "Camino II" (2012) y "Pregunta y Pregunta" (2014); como solista: "Volviendo desde mí" (2001), "Volviendo desde mí II" (2013) e "Improvisaciones" (2003), con Leo Maslíah.

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