Días de vinilo
En tiempos digitales, el vinilo parece haber vuelto para quedarse. ¿Qué pasa en la Argentina?
Cuando Gardel murió, en la siesta medellinense del 24 de junio de 1935, además de una popularidad que en ese instante entraría en eterna ebullición, tenía tres fechas de nacimiento, dos pasaportes, una madre, una mujer conocida y algunas versiones de lo que había sido su vida. Una vida que de ahí en más se multiplicarían a medida que su alma, que al desprenderse del cuerpo se llevó la voz, siga cantando cada día mejor. También tenía una bala en el pulmón izquierdo.
El dato, que no figura en el acta de identificación del cadáver redactada inmediatamente después del accidente –en la que sí se consigna, naturalmente, “el buen estado de la dentadura”–, tomó estado público cuando los restos del cantor fueron exhumados para ser traídos a la Argentina, el 7 de marzo de 1936.
Sobre cómo llegó esa bala al pecho de Gardel las versiones son numerosas, y como buena parte de su aventura terrenal sólo pueden explicarse en términos de “verdad gardeliana”, esa forma de franqueza garantizada en gran parte por lo que necesitamos que Gardel haya sido.
Yamandú Rodríguez habla de una balacera dentro del avión, entre Gardel y Alfredo Le Pera, con la que, de paso, justifica el accidente. Otra mirada peregrina la consigna el escritor colombiano Gabriel Giraldo Jaramillo, que en una entrevista concedida a César Tiempo cuenta que el tiroteo fue entre Gardel y Ernesto Samper Mendoza, piloto del F31 de la Saco, por un previo asunto de polleras.
Sin embargo, las versiones acreditadas por la mayoría de los historiadores del máximo cantor criollo, aún con matices, coinciden en afirmar que la distinguida bala llegó de noche. Y en Buenos Aires.
En el dale que va de la celebración, comenzaron las provocaciones de una barrita garufera, acaso pasada de copas, hacia la mesa de Gardel y compañía.
La historia más o menos registrada cuenta que al Zorzal le gustaba llegarse, terminado su espectáculo con Razzano, al Palais de Glace. Solían acompañarlo, entre otros, los actores Carlos Morganti y Elías Alippi, este último galán bien afirmado en los escenarios porteños y bailarín ganador en cualquier pista. La noche del 10 de diciembre de 1915 –vísperas del cumpleaños ¿25? de Gardel– la compañía emprendió la acostumbrada farra en el local de la Recoleta, que si bien con su elegancia atraía a fiolos, bardos, rufianes y alcahuetes de comité, estaba ubicado en una zona por entonces rica en fondas desgraciadas y prostíbulos de precaria estirpe. Hacía tiempo que el Palais de Glace había dejado de ser la familiar pista de patinaje sobre hielo, para convertirse en uno de esos locales en los que personajes nocturnos de variado pelaje acogían a las patotas de niños bien aspirantes a compadrones que, por tener prohibida la entrada al centro, hacían la noche más acá de la frontera que delimitaba avenida Callao.
En el dale que va de la celebración, comenzaron las provocaciones de una barrita garufera, acaso pasada de copas, hacia la mesa de Gardel y compañía. Como para que la cosa no pase a mayores, el cantor y sus amigos decidieron dejar el local y recalar en el Armenonville. Mientras llegaban al cabaret, el auto de los provocadores interceptó al de Gardel, que se bajó para conciliar los ánimos, pero su sonrisa no fue suficiente: recibió un balazo, en el pecho y a quemarropa. El agresor fue un tal Guevara, que no era Ernesto Guevara Lynch, padre del Che, como algunos coloridamente aseguran, sino Roberto Guevara, pichón de la oligarquía mendocina que había llegado a Buenos Aires para estudiar arquitectura. Otros dicen que Guevara disparó al ver que Gardel estaba por sacar su pistola.
Barceló encomendó la protección de Gardel a Ruggerito, que inmediatamente le advirtió al “Gallego” Valea, hombre de Garesio: “si tocan a Gardel, aplico la tisana”.
El agresor se dio a la fuga y el herido fue trasladado al Hospital Ramos Mejía, donde el doctor Roberto Donovan examinó la herida y comprobó que la bala no había comprometido ningún órgano vital: había perforado el pulmón si dejar orificio de salida. Tras una evolución favorable, los médicos decidieron que no era el caso de extraer la bala y así el cantor la llevó en el pecho hasta sus últimos días.
Hay quienes sostienen que la bala estaba destinada a Alippi, que enredado en cuestiones milongueras bailaba con quien no debía. Pero el hecho de que Guevara rematase su gesto gritando en la cara de su víctima “¡Ya no vas a cantar más El moro!”, lleva a pensar que sabía contra quién había disparado. Versiones policiales indicaron que la agresión contra Gardel venía por su relación con La Ritana, también conocida como Madame Jeannette, regente de una lujosa casa de citas, a la que el Zorzal solía arrimar sus trinos. La Ritana era, además, mujer de Juan Garesio, empresario de la noche y gestor de tráficos varios, que sería el que conchabó a Guevara para eliminar a Gardel. En el apremio, entró a mediar Alberto Barceló, político conservador de peso, para quien el morocho cantor estaba siempre dispuesto. Barceló encomendó la protección de Gardel a Ruggerito, controlador de juego clandestino y mujeres en la zona de Barracas y La Boca, que inmediatamente le advirtió al “Gallego” Valea, hombre de Garesio: “si tocan a Gardel, aplico la tisana”. Ruggerito salvaría por poco su pellejo en una emboscada y a los pocos días Valea sería ajusticiado mientras jugaba una fija en el hipódromo de Palermo.
Pero la mayor preocupación para Gardel era que su madre Berta no se enterara de la verdadera razón de su herida, que para ella fue por una patada de caballo.
“¡Araca la javie!”, advertía Gardel a sus amigos cuando su madre se acercaba. Y nadie hablaba del tema.
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Histórica aparición de Enrique Mono Villegas en la televisión pública de la democracia.