1962 – Las delegaciones primero

Por Santiago Giordano | 15 de octubre de 2017 |

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Para el segundo Festival, una vez más se levantó el gran escenario cortando la Ruta Nacional 38, la avenida principal de la ciudad. Este año, al consabido reclamo de Vialidad Nacional por corte de ruta, se sumó el del Automóvil Club Argentino, que había proyectado una carrera de Turismo Carretera que debía pasar por allí. El primer problema se solucionó, como el año anterior, con la complicidad del intendente Ángel Bergese. El segundo no sólo se resolvió, sino que sirvió además para promocionar el Festival fuera de Cosquín. Con los buenos oficios de “Mingo” Marimón –piloto de automovilismo, ganador en 1948 del Gran Premio de América del Sur, radicado desde niño en Cosquín por razones de salud– se logró convencer a los organizadores de modificar el trazado de la carrera de modo que pase por detrás del escenario. También se acordó que los automóviles llevarían calcomanías del Festival de Cosquín.

El costo del Festival rondó los dos millones y medio de pesos y se afrontó con aportes vecinales, publicidad de YPF y subsidios de la Dirección Nacional y Provincial de Cultura y de la Municipalidad de Cosquín. La programación superó el más disperso y ecléctico formato de la primera y se concentró la mayoría de las actividades de las nueve jornadas en el escenario. Por entonces la columna vertebral del Festival –en lo artístico y en lo conceptual– eran las delegaciones de las provincias. Los bailarines, cantores, musiqueros y recitadores que integraban cada delegación eran en su mayoría artistas aficionados, conocedores del propio patrimonio telúrico, que llegaban directamente desde sus lugares de origen, provenientes de ámbitos que se presumían culturalmente “poco contaminados” por las tentaciones del espectáculo.
En contraposición a las delegaciones estaban los artistas “profesionales”, que por necesidades creativas, lógicamente, no siempre se ajustaban a los dictados de la tradición. Esa dualidad entre tradición y espectáculo sería el ordenador de las primeras ediciones del Festival. En ese equilibrio, además, se balancearía su programación.

Fue en esta edición que se produjo la llegada de un barbudo jujeño, que había sido de Las Voces de Huayra.  Llegó solo con su guitarra, sin contrato, y enseguida se convirtió –de ahí para siempre– en una de las figuras más queridas del Festival: Jorge Cafrune.

Para lograr el afianzamiento y mantenimiento de la justificada pretensión de Cosquín de ser Capital Nacional del Folklore –y en cierta medida para tutelar los principios de la tradición amenazados por los avatares del espectáculo– este año se creó el Ateneo Folklórico de Cosquín. Presididas por el eminente musicólogo Carlos Vega, con Hedgar Di Fulvio como secretario de Actas, entre el 23 y el 26 de enero de este año se realizaron en la escuela Nicolás Avellaneda una serie de mesas redondas. Participaron especialistas como Rómulo Rodríguez Zelada, Víctor Jaimes Freyre y Adriana Fergola Doria. De esos encuentros surgió un primer corpus de recomendaciones generales acerca de las actividades folklóricas que debían producirse en las zonas de influencias del Ateneo, cuyos puntos salientes podrían resumirse en los siguientes: “velar por la autenticidad y la pureza de las expresiones tradicionales que se presentan al público”; “respetar las formas, los materiales y los colores de las indumentarias folklóricas e históricas”; “aportarse (sic) hasta donde sea posible, de las mejores interpretaciones de la documentación histórica y la opción de los expertos”; “combatir lo grotesco, lo chabacano y lo vulgar, estimulando la sobriedad y el buen gusto”. También se recomendaba que para la tercera edición del Festival se le diera preferencia a las representaciones de las delegaciones provinciales por sobre las de artistas profesionales, y se solicitaba declarar la última semana de enero de todos los años “semana del folklore argentino”, con su celebración principal radicada siempre en Cosquín.

Además de los artistas de las delegaciones de catorce provincias, en la segunda edición del Festival volvieron a actuar Eduardo Falú, Jaime Dávalos, Los Chalchaleros, el ballet de Ismael Gómez, Aldo Bessone y su Cruzada Nativista, Los Hermanos Albarracín, entre otros. En aquella época los artistas hacían más de una actuación a lo largo de las nueve lunas, con por lo menos dos entradas por noche. También estuvieron Hedgar y Carlos Di Fulvio, Antonio Pantoja y su Conjunto del Altiplano, Tarateño Rojas, el gran creador uruguayo Aníbal Sampayo, Waldo Belloso y su Quinteto Nativo, Los Huaqueños, Las Voces del Huayra, el conjunto de García Gallardo y el payador oriental Aramis Orellano –que en una de sus presentaciones entabló un duelo con Ramón González, payador de Bell Ville–, y el Conjunto Artístico del Castillo de Waldech, Alemania, con cantos y danzas típicos de su país.

Otros que este año llegaron por primera vez a Cosquín e inmediatamente recibieron la aprobación del público fueron Los Huanca Hua y Los Nombradores.

Fue en esta edición que se produjo la llegada de un barbudo jujeño, que había formado parte de Las Voces de Huayra. Llegó solo con su guitarra, sin contrato, y enseguida se convirtió –de ahí para siempre– en una de las figuras más queridas del Festival: Jorge Cafrune. Con su voz entre recia y quejosa, su guitarra elemental pero de gran expresividad y su comunicatividad inapelable, “el Turco” sintetizaría como pocos la franqueza cordial del cantor de las provincias y el ánimo arisco del criollo retobado. En aquel Cosquín recorrió los fogones, animó interminables noches en la confitería La Europea y recibió el aplauso consagratorio –aún no se habían establecido oficialmente los premios Consagración– en el escenario de la Plaza San Martín.

Otros que este año llegaron por primera vez a Cosquín e inmediatamente recibieron la aprobación del público fueron Los Huanca Hua y Los Nombradores, dos orígenes, dos estilos distintos y novedosos que superaban al modelo –tan imitado entonces– del cuarteto salteño, y Tres para el Folklore: la voz personal de un riojano estudiante de Derecho en Córdoba, Chito Zeballos, y dos guitarras únicas e inimitables: los cordobeses Luis Amaya y Lalo Homer.

También este año llegó al Festival Eduardo Rodrigo,Con arreglos y dirección de Chango Farías Gómez, Los Hunca Hua mostraron una forma original de interpretar en conjunto. Sin perder el swing telúrico, cantaban prácticamente a capella –a la manera del Cuarteto de los Gómez Carrillo–, con armonizaciones audaces a cinco voces y elaborados acompañamientos en base a onomatopeyas que reproducían el ritmo del bombo y los chasquidos de la guitarra, con múltiples movimientos de las voces. También con particulares armonizaciones a cinco voces, pero con un acompañamiento de guitarras que formaría parte de su sello, Los Nombradores lograban un color inconfundiblemente norteño en sus interpretaciones. Con arreglos y dirección de Lito Nieva, el quinteto salteño mostraba además un repertorio sorprendente e inédito. Temas como “El antigal” y “Vidala del carpero” –obras de Ariel Petrocelli, un joven poeta salteño– no pasaron desapercibidas para el aplauso del público.

También este año llegó al Festival Eduardo Rodrigo, cantor enfático, de gesto ampuloso y fraseo que debía algo a los cantantes nuevaoleros. Para algunos, alejado de lo que debía representar el folklore. Para otros, un cantor carismático. Desde su aparición, Rodrigo instaló en Cosquín la versión local de la eterna polémica entre integrados y apocalípticos, que se prolongaría –y se agudizaría– hasta el presente. En su cobertura del Festival, el diario Córdoba habla la presentación del “tucumano” –en realidad Rodrigo había nacido en San Juan– en términos de “revelación” de la noche del viernes.

El premio al mejor conjunto de danzas lo tuvo la delegación de Chubut y el del mejor conjunto musical la de San Juan. Omer Lasalle, de la delegación de Córdoba, fue distinguido como el mejor cantor solista.

Aun si algunos señalaban la marcada tendencia de la programación a incluir artistas profesionales del Norte argentino, en perjuicio de artistas de Cuyo, Sur y Litoral, Cosquín lograba ser una muestra notable del folklore y las distintas formas de su proyección. En la última noche, unas 12.000 personas cubrieron literalmente la Plaza San Martín y sus adyacencias, para presenciar la premiación de las delegaciones provinciales. Un jurado presidido por el profesor de danzas Víctor Jaime Freyre, integrado además por Hedgar Di Fulvio, el periodista del matutino porteño La Prensa Rómulo Rodríguez Zelada, Juan Manuel Podestá Bellissomi, Germán Cazenave –Secretario de Programación del Festival–, Héctor Becerra Batán y Lidoro Gelasio Albarracín –el mayor de los hermanos Albarracín–, además de los delegados de Chaco y Formosa como representantes de las provincias que intervenían en el Festival, premiaron como la mejor delegación a la de Formosa, que recibió un premio de 7.000 pesos y un trofeo. El premio al mejor conjunto de danzas lo tuvo la delegación de Chubut y el del mejor conjunto musical la de San Juan. Omer Lasalle, de la delegación de Córdoba, fue distinguido como el mejor cantor solista.

La noche de las premiaciones –y con ella la segunda edición del Festival– culminó con las actuaciones de Los Chalchaleros, Los Huanca Hua, Los Nombradores, Eduardo Falú y Jaime Dávalos, y con una chaya riojana promovida por los Hermanos Albarracín y artistas de la delegación de esa provincia, con harina y papel picado. Hasta cerca de las siete de la mañana. Todo era novedad y descubrimiento; una mezcla atractiva, con mucho de romanticismo. Todo nacía.

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